
Eres un ángel, admítelo.
No te deshagas de tus alas.
Escóndelas, mejor
bajo una chaqueta de cuero
bien apretadas
sobre tus omoplatos.
Guarda tus alas
así como has guardado tu corazón.
Enciérrate con la misma llave caliente
con que cauterizaste tu lengua
cada vez que quisiste comer
los labios de una mujer mortal.
No renuncies, mejor guárdate.
Conviértete en perla.
Rodéate de almeja.
Quizás un día
la lava que corre por tus venas
explote en el monólogo de un volcán
y escupas al aire
cada minuto de tu historia hecha cenizas.
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