
Decir ayer es decir silencio.
Es recordar aquella función de magia
donde un sombrero de copa
escupía conejos,
espejos, duendes y barajas.
También,
es recordar el precio de las entradas al cine
y las tardes comiendo helados en el boulevard.
Tu sonrisa, tus ojos,
los pregoneros de periódicos
y mi voz que repetía
un nombre que ya no quiero decir.
Pero a veces, decir ayer
también es mirar en derredor
y saber que la soledad
es como una pecera
donde un pez sin compañía
remueve sus aletas
y cada vez que avanza choca su cara
contra una pared vidrio.
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