
―¡Por favor sea breve!― gritó el coronel.
El mago sonrió con burla. Suspiró, sacó el pecho y empezó a decir un tropel de palabras: montaña, nube, pájaro, río, piedra… Cada cosa que el prestidigitador mencionaba iba desapareciendo ante la mirada de los soldados.
El mago―un condenado a muerte por hacer mal uso de sus habilidades― agotó las palabras del cosmos hasta que, al final, dijo su propio nombre y desapareció también…
El coronel y su pelotón quedaron boquiabiertos: habían quedado flotando en medio de la nada, en una especie de hoyo negro, pues el mago había nombrado todas las cosas del universo menos a ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario