
Mientras giran las hojas
en remolinos de viento
una araña trepa el muro
de nuestro idioma.
Ella teje su red
y atrapa nuestras palabras…
Así, devora las vocales entre sus agujas
las confesiones mueren
huérfanas de nuestros oídos
como moscas de potrero.
Por eso nunca nos escuchamos.
Jamás aceptamos que hay un muro
frente a nosotros
donde tejen las arañas…
Y donde lo que queremos decirnos
muere
para siempre
devorado en el veneno
en la red de la sombra
en la ráfaga fría de la soledad.
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