martes, 4 de mayo de 2010

EL CENTAURO

A las dos de la mañana el conductor de la locomotora ve una extraña criatura. Mitad potro, mitad hombre, un centauro está de pie sobre la vía férrea.

Aquel ser insólito es hermoso. La parte animal es color tinto, sus cuatro patas son atléticas y tienen pezuñas negras. La parte humana es joven, como la de un chico de veinte años. “Es tan solo un caballo”, murmura el conductor creyendo que el desvelo le hace imaginar un torso humano sobre la anatomía de un algún caballo errabundo.

“Las leyes de la empresa son claras”, piensa el conductor. “Si un estúpido caballo se detiene en la vía del tren yo no debo frenar. ¡Ni modo!”.

Sin embargo, a medida que se acerca al centauro algo pasa. Algo bulle en su mente. “Y si en realidad lo que estoy viendo es un hombre al cual le imagino extremidades de caballo”, cavila el conductor.

Como un dragón en cacería, la locomotora avanza. El conductor, siente que su corazón estalla. No quiere ser el culpable de que un hombre muera. Pero ya no hay tiempo. Si hala la palanca del freno el tren se desboca y se sale de la vía. El conductor cierra los ojos y cuando escucha el golpe sabe que algo ha muerto. Sin embargo, no tiene certeza si el cuerpo que ha volado por los aires, destrozado, es un animal o un ser humano.

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