lunes, 5 de julio de 2010

MARIA DE JORGE ISAACS



Usualmente, la literatura de senda romántica nos suele hablar de lejanas ábsides góticas, ríos como el Danubio, mitología de faunos o hadas, antiguos parajes de los Alpes europeos, borrascas de nieve y cuatro exactas estaciones en el año.
Sin embargo, esta novela nos confiesa la intimidad de las araucarias, písamos, higuerones, guaduales, cañaverales, armadillos que corren la sabana, las lluvias que zozobran las plantaciones y todo aquello que nos es afín, propio y anclado en la memoria y tradición de quienes vivimos en estos rincones del mundo.
Pero lo más importante, en esta que creo es la primera gran novela de nuestro idioma en América, es que sale a flote una primera mirada sobre la mujer.
Con esta novela nuestra literatura se aleja de las guerras, de las luchas entre conquistadores e indígenas, de las aventuras tras la pista de El Dorado, de la fauna barroca o de la grandeza del Amazonas.
En “María” por primera vez, desde los cronistas de indias, la naturaleza es desbordada. El contexto del Arauca es un paisaje de fondo. María es la protagonista, es el centro, el foco del narrador y el espíritu que mueve las páginas del libro. Tenemos una literatura que abandona el asombro por la naturaleza, una mirada que se ha acostumbrado a vivir en estas tierras, una mirada “americana” que confiesa que el Arauca es el suelo vivo de su infancia y que siente inconformidad, dolor y lejanía cuando la destierran en las alturas de Bogotá o en Europa.
Tenemos así la maravillosa revelación de que una mujer ha sido capaz de desplazar los portentos de la naturaleza.
La sencillez de su historia hace que todo se centre en el descubrimiento, en la descripción, en los gestos de María, en los juegos de palabras, en la tenue aceptación que se va pactando. A todo esto hay que agregar que está escrita con lenguaje de primera línea, quizás una de las mejores muestras de los niveles que puede coronar el idioma castellano.

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