
Desde la primera vez que leí a Ambrose Bierce tuve la sensación de que el autor era un pillo fanfarroneando sus argucias. Con su gusto por lo raro, por lo que todos ven y nadie nota, Bierce es junto con Edgar Allan Poe y el uruguayo Quiroga los máximos delineantes del cuento de misterio.
Me encantan los títulos como “Aceite de Perro”, y “El club de los parricidas”. Mi relato favorito es el cuento “La maldita cosa”, en el que un grupo de amigos se acomoda en la mesa a la hora de la cenar y sobre está hay un hombre muerto… Como lector tuve la angustiosa idea de que iban a degustar el cadáver. Pero el autor da una vuelta a la historia, y el jefe de aquella reunión extrae un pequeño diario de la chaqueta del difunto y empieza a leerlo en voz alta…
La vida de Bierce fue tan extraña y seductora como sus libros. Jamás olvido el día en que puse en mi casa la película “Gringo Viejo” y vi que en ella el personaje central era un escritor viejo y desaliñado y no pude menos que sonreír cuando supe que se trataba de Ambrose Bierce.
Fue en ese momento cuando supe que otro de mis autores predilectos, el mexicano Carlos Fuentes, escribió su novela “Gringo Viejo”—luego adaptada al cine—basándose en la biografía de éste escritor.
Mi asombro duró varios días cuando corroboré que Ambrose Bierce, a sus ochenta años, marchó a pelear en la revolución mexicana y su cadáver jamás fue encontrado.
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