Más que oscuro, tibio.
Agosto desbordado en las ventanas.
Las velas derretidas en la luna
arrojan la culpable sombra.
Entonces, llega la hora del norte,
y algo se arrastra entre los tulipanes:
un aliento, un fantasma, una gaviota
sin piel y alas de telaraña.
Viene con su lengua invisible
saboreando los olvidos de la tierra.
Como un cazador de hombres
levanta y acaricia cabelleras.
Fantasma sin sombra, pero con alma,
sin rostro ni cuerpo
seductor que hace bailar en la muerte del día
a las ramas de los árboles,
y a los pájaros que trinan las luces
que besan el sexo de las estrellas.
La luz lo atraviesa,nunca lo enceguece,
tampoco lo despierta, solo lo calienta
y lo hace deslizarse entre los cuerpos
las caderas, los labios, como una serpiente
como el agua transparente y salada
que empalaga los dedos que pescan
en los abismos desnudos.
Pronto se levanta la hojarasca
arrastra las banderas, el humo de volcanes,
seca el sudor de frentes rajadas de vejez
se refresca el llanto de un niño
y el silencio besa el verde milagro.
Algo se lleva consigo, como un río suave
que arrastra nidos de pichones,
peces muertos que renuncian a su cuerpo
pero que siguen nadando
en la memoria del agua.
De repente, todo queda seco, sin nada
y queda la noche testigo sin abecedario
palpita una rana, canta una luz de insecto
y un disco de plata, sacrificio de luz amarilla
y los árboles mudos, sus ramas quietas,
y la noche de nuevo, larga como un estadio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario