miércoles, 1 de junio de 2011

ESCRITA EN LA PIEL


Amo el silencio de las altas iglesias
y las guitarras de un concierto de rock.
Amo a la mujer invisible a la que escribo este poema.
Amo sus ojos de cristales quebrados
donde me reflejo en infinitas audiencias.
Amo y desanudo en sus manos el granizo,
su espalda donde escribo mis versos,
página en blanco de su piel de pergamino.

Amo escribir en la piel de esta mujer imaginada;
soñada o pensada, real o irreal.
Sus omoplatos son el cuaderno perfecto.
Mi lápiz, una aguja de fuego,
máquina simple que labra tatuajes.

Para escribir sobre su torso
busco el ritual de una píldora de anestesia
y el ojo expandido en la magia de una lupa
porque la caligrafía una vez rayada en su cuerpo
jamás de borrará.

Amo dejar mis vocales y mis comas,
en la región donde termina su espalda.
Sobre sus glúteos ovales, la primera palabra
hasta llegar a su nuca y sobrepasar sus hombros.

Amo cuando la espalda de esta mujer
queda pequeña para mi mano desbocada
que escribe y escribe en las ventiscas de un ciclón
que desmenuza, derrama y saquea
una fragata de corsario.

Me doy cuenta, entonces, que a veces mi escritura
se parece a un retrato, a un vitral de sinagoga,
a un carrusel de infancia o a la luz de una luciérnaga.

Verdad o no, su espalda es apenas una cuartilla
y yo sigo escribiendo en las otras páginas
de su anatomía de mujer.

En su seno derecho hago un poema de amor.
En el izquierdo, el boceto de una rosa.
En su lengua anoto la palabra “muérdeme”,
y voy poniendo rimas en cada uno de sus dedos.

Al final me doy cuenta que esta mujer de ensueños
es una avalancha de mi larga memoria
en los versos y dibujos que hice sobre ella
y que han hecho de su piel otra desnudez distinta.

Yo la sigo amando en la radiografía de mis recuerdos
aunque ya su cuerpo esté tan lleno de palabras
que no me queda espacio para escribir algo más.

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