El aire tiene rimas y groserías de marineros,
tragos de anís en la garganta,
cantan recuerdos de puertos africanos.
Vuelan en las aves
hacia los planetas desnudos del ocaso,
El suicidio de las olas
que encalla en las rocas del desfiladero.
Es la hora en que los mástiles se inclinan
y se hunde con ellos
el sol en las orillas del mar.
Una burbuja entre las algas,
es una flor tímida,
un arañazo de luna que llora.
La memoria flota en el agua.
Las cúpulas de templos antiguos,
bajo las olas,
emergen de repente
como dioses invocados.
El agua es un pozo de memoria
y un pantano de olvido,
donde los baupreses de antiguos galeones apuntan
como dedos al silencio del coral,
a la muerte germinada
en la boca de tiburón, en las espinas de un erizo,
en la soledad que se convierte en larva
incubada en el corazón.
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